Túmulo de cristales lucientes
Por entonces la vida era del color del cuarzo rosa
y el amor del de la amatista.
Adoraba acariciar tu espalda
cargada de lunares y perifollos.
Amabas besar las lentejuelas de mi boca
y solías guardarte algunas en la tuya.
Me paseaba repleta de baratijas y oropeles
sin percatarme de que tenía
la mejor bisutería en casa,
con tu gran rubí latente
y tu alma esmeralda.
Te encantaba saltar en charcos de abalorios
y hacer pulseras con mi pelo
mientras yo miraba
tumbada en tus piernas
tus ojos color zafiro.
Soñábamos la vida juntos
hasta que tuve que dejar
una obsidiana de luto
en tu tumba.
Entonces se apagaron mis chakras
y la vida empezó a ser del color de la calcita negra.
Pero apareciste a los pies de mi pena
y me devolviste la tranquilidad como una howlita.
Necesitaba creer que el camino de cristales no acababa ahí,
que iba a continuar andando sobre minerales
y que me seguirías haciendo pulseras
en el más allá turquesa.
Con la esperanza amarrada
como un percebe en mi rocoso corazón,
descubrí la perla de mi ostra
y dejé que la felicidad se paseara
una vez más,
aunque fuera sin ti.
Sé que me estás mirando
y que hasta las estrellas son diamantes
que te reflejan como espejo y me dan luz.
Sé que estés donde estés
te alegras de que lleve un collar de circonitas
y nuevas ilusiones adornando mi vida.
Pero comprendí que era una magnesita
y que los campos de arena fugaz
y de piedras preciosas
estaban esperándome aquí,
allí,
y siempre conmigo,
con los dos.
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