Bodas y campos de maíz

Esta mañana
me preguntaron por ti las cigarras
y dicen que los campos de trigo
echan de menos tu sombrero de paja
y tu aroma a mazorca tostada.
Por la noche
me chivaron los grillos
que mientras aras
me cantas canciones de boda
y gritas a las nubes mi nombre,
memorizando los votos.
Hallé aquel cunacho
y lo abrí sin detenimiento,
sorprendiéndome al no ver uvas
y encontrando una vaina de una judía esperanzada.
Desnudé a la pequeña alubia verde
y mis lágrimas saltaron de mis cuencas
al ver aquella sortija brillante
y deslumbrante de amor.
Desde entonces
no he dejado de pensar en otra cosa
que en nuestra fecha.
Me pruebo cada día el atuendo
y me miro al espejo,
viéndome como una princesa aldeana
con babuchas en vez de tacones
y con un blanco sayo en vez de un vestido de cola,
y pese a mi aparente aspecto haragán
me siento tan elegante y bella
como cualquier doncella casadera de la realeza.
He ensayado nuestro baile nupcial con un espantapájaros
y he tirado arroz a la tierra
que esperaba con deseo
nuestra salida de la mano.
He dicho: “sí quiero” al viento célico
y he besado al sol,
radiante de ganas de levantarme el velo
y sonrojarme las mejillas,
al quemarme
(dándome un beso).
He pedido a las abejas que cubran de miel la luna
para recostarnos sobre sus cráteres de plumas dulces
y disfrutar recién casados de nuestra primera noche,
con ansias de celebrar cien años juntos
comiendo maíces de platino
grano a grano
y día a día.

Toda una vida. 

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