Palabras
La vida es pura hipocresía,
esclavos de los medios,
de
controladas opiniones,
dependientes de nosotros mismos.
Numerosas ideologías
para pocas mentes,
para escasos pensadores,
para pocos seres libres.
Tú,
abuelo,
me enseñaste a no coserme ni siquiera la sombra,
me enseñaste a ser una completa desconfiada de lo ajeno.
Me enseñaste que decidamos lo que
decidamos es nuestra elección
y me dijiste que una vez tomada la decisión hay que avanzar con ella,
pase lo que pase.
Me enseñaste a callar
y a escuchar,
a beberme mis opiniones en numerosas ocasiones.
Me enseñaste que la abuela no está hecha de palabras escritas ni
orales,
pero sí emocionales.
Me enseñaste que el esfuerzo lleva a la gloria
y
que los malos actos pasan factura con los años.
Me enseñaste a perdonar y a
tener la capacidad de comprender.
Me enseñaste,
me enseñaste,
me enseñaste
tantas cosas
que las palabras expiran más palabras
y al final no cuento ni un
tercio de esa infinitud.
Me encantaría saber qué te he enseñado yo a ti,
pero eso no puede ocurrir.
Te fuiste,
y contigo se fue
todo,
una eternidad de palabras que nunca podrán ser expiradas,
porque fuiste
inspirado con ellas.
Pero ahora que te has ido
me has
enseñado a echar de menos,
a pensar mil palabras para decirte,
a ahogarme en
mares de lagrimas,
y me has demostrado que la vida son
60 segundos
y que en a penas un minuto pueden pasar mil años por delante.
Escribirte se queda corto,
pensarte duele demasiado
y
olvidarte es impensable,
pero sé que algún día podré expirarte más palabras.
Dedicado a ti, abuelo.
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